Esta producción de Pelléas y Mélisande empezó con un hecho desafortunado: el fallecimiento del director escénico Gustavo Tambascio, a poco de comenzar el proyecto. El Teatro Colón decidió que el equipo creativo continuara la propuesta inicial, verdadero homenaje póstumo al gran régisseur argentino radicado en España hacía décadas. Antes de abordar ese tema, Nicolás toma la iniciativa y, encendiendo su notebook, comienza a mostrar los bocetos para la ópera de Claude Debussy. Como todo artista comprometido con su creación, habla apasionadamente mientras explica las imágenes.
¿Cuál es el espíritu de la puesta escénica? La idea general de Gustavo [Tambascio], y lo primero que se le ocurrió cuando comenzamos a trabajar, era que la puesta no tenía que transcurrir en un tiempo y espacio determinados, sino en diferentes épocas que iban a ser secuenciales temporalmente; por eso, cada acto transcurre en un momento histórico diferente. Entonces a mí se me ocurrió usar un elemento repetitivo, una escultura de Caín [se refiere a la escultura de Henri Vidal Caïn venant de tuer son frère Abel de 1896, emplazada en el jardín de las Tullerías de París en 1982], que solamente se va a revelar en el último acto, con el asesinato de Pelléas. El público no percibe al inicio exactamente de qué se trata, porque lo maravilloso de esta ópera es que todo está abierto, nada es lo que parece, nada de lo que se dice es exactamente lo que sucede... Entonces la precaución más grande que siempre tuvimos fue no dar nada masticado, que el espectador tenga siempre esa sensación que le falta algo para que cierre del todo. Mantener el enigma, ese enigma que Maeterlinck también mantuvo en la obra original.
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