EL IMAGINARIO MUSICAL DE LA ESFERA CELESTE SEGÚN MAURICIO KAGEL Festival Kagel, organizado por el Centro de Experimentación del Teatro Colón Teatro Margarita Xirgu, Chacabuco 875 Viernes 28 de julio, 20.30
Un fotograma de Suroeste de Mariana Belloto y Eugenia Ramírez
DIE STÜCKE DER WINDROSE (La rosa de los vientos) de Mauricio Kagel. Este: Julieta Eshkenazy-Dafne Narváez. Suroeste: Mariana Belloto-Eugenia Rodríguez. Noreste: Andrea Servera-Karin Idelson. Norte: Mariano Pattin-Santiago Nuñez y Mercedes Sánchez. Noroeste: Mabel Dai Chee Chang-Gabriel Rud. Sureste: Pablo Rotenberg-María Gracia Geranio. Sur: Diana Szeinblum-Agustín García Serventi. Oeste: Ana Garat y Pilar Beamonte-Carolina Cappa. Ensamble Süden. Director invitado: Marcelo Delgado. Pablo Grinjot y Pablo Jivotovschii, violines. Mariano Malamud, viola. Martín Devoto, violoncello. Facundo Ordóñez, contrabajo. Federico Landaburu, clarinete. Diego Ruíz, piano. Mariano Abrate, armonio. Daniel Serale, percusión. Coreógrafos: Pilar Belmonte, Mariana Bellotto, Mabel Dai Chee Chang, Julieta Eskenazi, Ana Garat, Mariano Pattin, Pablo Rottemberg, Andrea Servera, Diana Szeinblum. Realizadores de video: Carolina Cappa, Agustín García Serventi, María Gracia Geranio, Karin Idelson, Dafne Narváez, Santiago Núñez, Eugenia Rodríguez Berisso, Gabriel Rud, Mercedes Sánchez. Curaduría de video: Judith Faifman, Carlos Trilnick, Damián Zantleifer. Cátedra de Diseño Audiovisual I, II y III. Titulares: Campos – Trilnick. Carrera de Diseño de Imagen y Sonido. FADU – UBA.
El espectáculo ofrecido el viernes 28 de julio por el CETC en el Teatro Margarita Xirgu, reunió a un heterogéneo conjunto de artistas. A partir de cada una de las ocho piezas que conforman el ciclo de composiciones de Mauricio Kagel reunidas bajo el título La rosa de los vientos, coreógrafos y realizadores de video crearon ocho películas de video-danza que fueron proyectadas simultáneamente a la ejecución en vivo de la música.
Lo específico de cada uno de los dispositivos en juego obliga, en el momento de esbozar un juicio estético, a distinguir entre lo que es propio de los cuerpos en movimiento, lo que es propio de la imagen tomada y editada en el film y, por supuesto, lo que confiere a la música ejecutada en vivo.
Se podría decir que en conjunto estas ocho piezas constituyen una manera subjetiva y musical de pensar la territorialidad. Tal como manifestara el mismo compositor son “reflexiones musicales” que tienen íntima relación con su experiencia de vida, nostalgias y esquemas que necesariamente “quedan ligados a los distintos puntos cardinales”. El primer problema que nos plantea el ciclo es el de la relatividad de los puntos en el espacio. El sur del hemisferio norte siempre será septentrión respecto del norte del hemisferio sur. De modo que cada una de las localizaciones musicalizadas por Kagel (Este, Suroeste, Noreste, Norte, Noroeste, Sureste, Sur y Oeste) nos invita a conjeturar acerca de su posible ubicación espacio temporal en el momento de la composición.
El ocho como cifra también organiza la formación del ensamble: ocho instrumentos (violines duplicados) de los cuales solo la percusión cambia radicalmente de un número a otro, confiriendo a cada pieza una sonoridad distintiva. Mientras que en Noreste predominan los tambores, en Noroeste el protagonismo lo tiene el cultrún. Sinécdoque de lo que para Kagel significan la costa este del Brasil y el norte andino respectivamente. En Sur en cambio prevalecen los panderos y la melodía fragmentada de una típica tarantella mediterránea.
La música sin embargo no siempre es tan claramente referencial, así como tampoco es unidireccional la relación que mantiene con la imagen, sin olvidar que la música ha precedido originalmente a las coreografías filmadas y editadas.
Fotograma de Noreste de Andrea Servera y Karin Idelson
A grandes rasgos se podría decir que los primeros cuatro trabajos de video-danza (Este, Suroeste, Noreste y Norte) son los que están más ligados a una concepción narrativa, mientras que los cuatro restantes (Noroeste, Sureste, Sur y Oeste) tienden a una mayor abstracción.
La coreografía de Este explota el carácter rítmico alegre, fresco y cambiante de la música, a pesar de que no en todo momento se logró la sincronía sugerida.
La película creada para Suroeste es una de las más bellas de las ocho apuestas. Una toma cenital sobre una pista de aterrizaje de aviones es el escenario inicial para el despliegue de una impactante coreografía realzada por un imprescindible y brillante vestuario. La edición ha sido una pieza clave y es aquí donde se conjugan, con un muy buen criterio, las potencialidades de cada una de las disciplinas puestas en juego.
La coreografía de Noreste duplica innecesariamente la imagen que aportan los tambores nordestinos que eligió Kagel para esta pieza. La filmación y el vestuario suman además, una connotación de subdesarrollo y pobreza más vinculada a la delincuencia y el dolor, que a la comunión comunitaria del carnaval brasilero.
Norte es una de las piezas más logradas del ciclo. Kagel compuso su música en última instancia y fue colocada en el programa como cierre de la primer parte. Si bien el compositor explicó que encontró inspiración en el frío del ártico y en lecturas vinculadas con los ritos shamánicos, la música en conjunción con la imagen, representa para mí, una oda a la dominación, la destrucción y el deseo de sometimiento entre los hombres. Una azafata desquiciada, un Napoleón muy excedido de peso y un hombre joven se disputan el espacio de un baño frío y un sillón desvencijado. Las imágenes de enormes trozos de hielo se alternan con un avión en llamas, heladeras, cocinas, pasillos y espacios altamente opresivos que potencian la tensión generada desde lo sonoro. El norte se plantea así como un lugar inalcanzable, una promesa incumplida, una utopía irrealizada.
La melodía de Noroeste es básicamente pentatónica, clara alusión, reforzada por la utilización permanente del tambor mapuche, a los sistemas modales utilizados en Sudamérica. La coreografía creada para esta pieza tiende al estatismo. Una bailarina interactúa con trozos de madera o juncos. Los efectos de la iluminación brillante y blanca que recortan el cuerpo de la mujer a contraluz, remiten a la idea de revelación divina frente a lo que podría ser un acto de ofrenda o sacrificio.
La exquisita realización de la película creada para Sureste, junto a la brillante coreografía e interpretación de Pablo Rotemberg, producen la subordinación momentánea de la música respecto del film. Sonidos que fluyen en el tiempo y se pierden en los intersticios de nuestra memoria, estructuras variables y repetitivas que se acumulan una tras otra para desaparecer tan pronto como llegaron a nuestros oídos. Un hombre, una colchoneta. La cámara se acerca hasta transformarlo en una textura, tan solo un coloreado sobre la pantalla. Luz y oscuridad, velocidad y silencio. El extremo de la abstracción en el continuo de las ocho piezas está representado por esta apuesta.
La filmación creada para Sur apoya, mediante una poética muy sutil, la ubicuidad territorial en la península itálica. Película en blanco y negro, ambiente polvoriento y despojado, hombres y mujeres que se mueven rústicamente, vestuario campesino, constituyen tal vez un homenaje a lo que en el campo cinematográfico se dio en llamar “neorrealismo italiano” surgido a comienzos de los ´60.
Oeste la última pieza de este ciclo, representa musicalmente la hibridación de las culturas sonoras. Elementos propios del jazz americano se entremezclan con ritmos ternarios y percusiones de diversas latitudes. La coreografía pensada para esta obra no guarda relación temática con esta idea y tampoco aporta significación extra alguna. Se podría haber prescindido de la imagen en este caso, ya que la música emerge con tal intensidad que la hace completamente irrelevante y convierte a la interpretación de los bailarines en un molesto correteo de ninfas en un ambiente atemporal y carente de inspiración.
El Ensamble Süden bajo la dirección de Marcelo Delgado, ofreció una buena oportunidad para apreciar este ciclo de composiciones, gracias a una brillante performance -exceptuando los comentarios en voz baja de los músicos entre pieza y pieza- en la que el desempeño de cada uno de sus integrantes se mantuvo parejo de principio a fin. La rosa de los vientos fue a mi juicio un viaje inolvidable que vale la pena repetir.
Lisa Di Cione
Imágenes gentileza Teatro Colón |