
Susan Neves (Turandot) en el segundo acto de Turandot, Teatro Municipal, Santiago de Chile, 2009
TURANDOT, ópera en tres actos de Giacomo Puccini. Funciones del martes 22* y sábado 26 de septiembre de 2009 en el Teatro Municipal de Santiago de Chile. Dirección musical: José Luis Domínguez. Dirección de escena, escenografía e iluminación: Roberto Oswald. Vestuario: Aníbal Lápiz. Intérpretes: Susan Neves / Irina Rindzuner* (Turandot), Piero Giuliacci / José Azócar* (Calaf), Olga Mykytenko / Carolina García* (Liù), Mikhail Ryssov / Homero Pérez-Miranda* (Timur), Patricio Sabaté / Juan Pablo Dupré* (Ping), Pedro Espinoza / Pablo Ortiz* (Pang), Gonzalo Araya / Iván Rodríguez* (Pong), José Barrera / Sebastián Ferrada* (Altoum), Ricardo Seguel / Arturo Jiménez* (un mandarín). Orquesta Filarmónica de Santiago. Coro de Niños del Liceo San Francisco, directora: Laura Núñez. Coro del Teatro Municipal, director: Jorge Klastornick.
Las óperas inconclusas despiertan cierta curiosidad en el público. Algo de morbo aflora cuando se trata de oír el último estertor de un compositor. Turandot fue terminada por Franco Alfano, compositor hoy escasamente recordado. Oyendo el final original de Alfano, el que más se aleja de los bocetos de Puccini, uno llega a preguntarse si no es acaso mejor que la versión definitiva, más domesticada e imitativa, y que deja al auditor con una sensación muy extraña. A veces me pregunto si no será mejor hacer lo que se hizo en el estreno: dejar la música hasta donde el maestro la compuso y correr el telón.
La nueva producción de Turandot montada en el Teatro Municipal no tiene nada de nuevo. No solo porque se trata de la producción ya ofrecida el 2006 en el Luna Park de Buenos Aires y acomodada al tamaño del Municipal (mucho más pequeño), sino porque visualmente no ofrece nada distinto a lo que la anterior producción, a cargo del mismo equipo, ya había hecho. De más está decir que musicalmente tampoco hay nada nuevo, pues se ofrece el final de Alfano y no el de Luciano Berio, que quizá no sea mucho más satisfactorio, pero al menos hubiese constituido una novedad para el público. La dupla argentina formada por Roberto Oswald y Aníbal Lapiz montaron una Turandot en la línea elefantina, con tres grandes estatuas que emulaban a los guerreros de terracota del Mausoleo del Primer Emperador Qin. Para ser justos, la exageración fue moderada en ciertos puntos, logrando algunos momentos de cierta belleza, como la nocturna apertura del acto final despoblado. Sin embargo, cuando la masa irrumpe, todo parece desbocarse y apiñarse con incomodidad. La escena del verdugo en el acto primero es ejemplar a este respecto, al constituir un momento de euforia dilatado por demasiado tiempo y coronado por una explosión (?). La escena de los ministros que abre el acto segundo fue recatada, pero el uso de gigantografías-tipo-postal destruía el espíritu |