Escena final de Beatrix Cenci, Teatro Colón, 2016
BEATRIX CENCI, ópera de Alberto Ginastera. Nueva producción escénica. Función del viernes 18 de mayo de 2015 en el Teatro Colón. Dirección musical: Guillermo Scarabino. Dirección escénica: Alejandro Tantanian. Escenografía y vestuario: Oria Puppo. Iluminación: David Seldes. Proyecciones: Maxi Vecco. Mónica Ferracani (Beatrix Cenci), Víctor Torres (Conde Francisco Cenci), Alejandra Malvino (Lucrezia), Gustavo López Manzitti (Orsino), Florencia Machado (Bernardo), Mario De Salvo (Andrea), Alejandro Spies (Giacomo), Sebastián Sorarrain, Iván Maier, Víctor Castells (Tres invitados), Alejandro Escaño Manzano (Olimpio), Ernesto Donegana (Marzio). Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón. Director de coro: Miguel Martínez.
Que las tres óperas compuestas por Alberto Ginastera —el compositor argentino de música académica con mayor proyección internacional— no hayan ocupado un lugar destacado en las programaciones de nuestros teatros líricos y sean apenas conocidas entre el público es un dato a considerar. Sabemos más del anecdotario que rodea a las obras, que de las obras en sí. Conocemos el episodio de censura que sufrió Bomarzo por la dictadura de Onganía en 1967 (todos sus pormenores en el muy recomendable ensayo de Esteban Buch, The Bomarzo affair), conocemos bien la historia de un joven y desconocido Plácido Domingo cantando el rol protagónico de Don Rodrigo en Nueva York en 1966, pero generaciones enteras no han podido presenciar una producción de esa ópera estrenada en el Teatro Colón en 1964 y nunca más programada. Mejor suerte tuvo Bomarzo que, a pesar de la censura en 1967, tuvo su estreno en 1972, apareciendo también en las temporadas de 1984 y 2003; en tanto que Beatrix Cenci fue estrenada en Buenos Aires en 1992, veintiún años después de su creación, siendo ésta la segunda oportunidad en que el Teatro Colón la produce.
Son, contando la actual, seis programaciones en cincuenta y dos años de las tres óperas de Alberto Ginastera. No parece ciertamente mucho, considerando que se trata del compositor nacional emblemático. En el año del centenario de su nacimiento, nuestro principal escenario lírico encomendó la dirección musical del proyecto a Guillermo Scarabino mientras que la dirección escénica estuvo a cargo de Alejandro Tantanian, liderando entre ambos un sólido equipo de cantantes y actores con el que brindaron tres funciones de la última creación de Ginastera para el género lírico.
La historia de Beatrice Cenci, hija de un poderoso noble italiano del siglo XVI que asesina a su propio padre luego de años de sufrir su brutalidad y es juzgada y ejecutada por ese acto, inspiró sin duda al compositor, que creó una partitura de envergadura, con una orquestación de enorme impacto. A pesar del potencial del material literario —Stendhal, Shelley, Artaud—, el libretista William Shand —incluso con algunas bellas y terribles imágenes poéticas aportadas por Alberto Girri— no logró proyectar un arco dramático con suficiente tensión como para que el brutal desenlace sea, ante los ojos del espectador, la lógica conclusión de una serie de eventos. Todo parece demasiado abrupto y poco hilvanado en el texto de Shand. Con este material, Alejandro Tantanian tenía el desafío de poner en escena y transmitir la interminable lista de pecados capitales en que incurre el conde Cenci y su contraste con las inagotables virtudes cardinales de la frágil Beatrix, objetivo que logró con éxito a pesar de las endebleces del libreto. Algo para lo que había que poner el cuerpo y el director no esquivó el reto.
Víctor Torres (Francisco Cenci), junto a Mónica Ferracani (Beatrix) y Alejandra Malvino (Lucrezia), en una escena del primer acto de Beatrix Cenci, Teatro Colón, 2016
En la visión de Tantanian, los perros —repetidamente mencionados en el libreto— están siempre presentes: hay perros reales y hombres con máscaras de perros que, junto a los aullidos y ladridos grabados, definen la presencia inquietante de una animalidad y una ferocidad que terminan abarcándolo todo. El director escénico, con el aporte visual de Oria Puppo, responsable de una escenografía y vestuario expresionistas, crea cuadros de gran impacto estético, sofisticados y preciosistas a la vez que perturbadores. Si bien la abundancia de simbolismos por momentos resultaba abrumadora, el resultado final fue contundente. La pericia de Tantanian en la dirección actoral resultó decisiva en el numeroso y efectivo grupo de actores y bailarines que formaban parte de las escenas y desde la gestualidad aportaban a la narración de la historia.
El equipo vocal —que tiene la difícil tarea de proyectar la voz a través de la pesada cortina sonora que proviene del foso— fue compacto y eficiente: el conde Cenci de Víctor Torres logró con esfuerzo abrirse paso a través de los atronadores metales de la orquesta para transmitir su crueldad, la soprano Mónica Ferracani —quien también participó del equipo del estreno local en 1992— fue una Beatrix de vocalidad imponente. Una mención especial merece la Lucrezia de Alejandra Malvino, sencillamente extraordinaria por su entrega y un fraseo expresivo que le dio al rol una dimensión inusitada.
Completaban el elenco el experimentado Gustavo López Manzitti como Orsino, el cobarde enamorado de Beatrix, Florencia Machado y Alejandro Spies como los hermanos y cómplices de la heroína en el asesinato, y los breves pero efectivos aportes de Mario De Salvo, Sebastián Sorarrain, Iván Maier, Víctor Castells, Alejandro Escaño Manzano y Ernesto Donegana.
En manos de Guillermo Scarabino, la gran maquinaria ginasteriana funcionó aceitada y fluida: la voluptuosa orquestación, la síntesis de elementos modernos y tradicionales, el dinamismo rítmico, todo estaba allí para transmitir el apabullante y desolador mensaje que esta música quiere transmitir. A sus órdenes, la Orquesta Estable del Teatro Colón mostró toda su fortaleza y cohesión en el primer cometido del año. Lo mismo puede decirse el Coro Estable, con su decisiva intervención inicial al modo del coro griego.
Mónica Ferracani (Beatrix) en la escena final de Beatrix Cenci, Teatro Colón, 2016
Una deuda con el emblemático compositor argentino que comienza a saldarse y un comienzo de temporada francamente auspicioso, incluso a pesar del malestar que sigue existiendo en buena parte del público por las declaraciones del Director Artístico del Teatro y Ministro de Cultura del Gobierno de la Ciudad, Darío Lopérfido, sobre el número de desparecidos en la última dictadura cívico militar. Una lluvia de volantes con la leyenda “Darío Lopérfido — Persona no grata para la cultura — Seguimos exigiendo su renuncia” lanzada desde las galerías superiores en el momento del aplauso final, evidencia que —a pesar del esfuerzo de las autoridades municipales por dar por finalizado el tema— el reclamo sigue vigente.
Ernesto Castagnino ecastagnino@tiempodemusica.com.ar Marzo 2016
Imágenes gentileza Teatro Colón / Fotografías de Arnaldo Colombaroli y Máximo Parpagnoli Seguinos en www.twitter.com/TdMargentina y www.facebook.com/tiempodemusica.argentina __________ Espacio de Opinión y Debate Estuviste en esta obra, ¿cuál es tu opinión? ¿Coincidís con este artículo? ¿Qué te pareció? Dejanos tu punto de vista en nuestro facebook o nuestro blog. Hagamos de Tiempo de Música un espacio para debatir.
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