Escena inicial de la producción de Calixto Bieito de Un ballo in maschera, Teatro del Liceu de Barcelona, 2000
Los actos creativos muchas veces tienden a ser idealizados, llegando a pensar que una obra consagrada por el público y la crítica es el producto de la inspiración divina revelada al artista. La realidad, sin embargo, nos demuestra que hay un contexto condicionante a la hora de dar a luz una nueva obra y, aunque uno no quisiera saber cuáles son ingredientes que la conforman, es la sumatoria de todos esos elementos la que logran un resultado finamente acabado. Seguramente el público del Teatro Apollo de Roma que asistió el 17 de febrero de 1859 al estreno de Un ballo in maschera, la por entonces última creación de Giuseppe Verdi, jamás tuvo en cuenta todas las vicisitudes que tuvieron que pasar tanto el compositor como su libretista, Antonio Somma, para ofrecer esa pieza que, al sonar el último acorde, se convertiría en un estruendoso éxito.
A sus cuarenta años, Verdi ya era un compositor popular en Italia y parte de Europa. Después de los estrenos consecutivos de Rigoletto (1851), Il trovatore (1853) y La traviata (1853), entró en una etapa donde podía elegir y elaborar sus futuros proyectos con más cuidado y tiempo. Hacia 1856, el Teatro San Carlo de Nápoles, quien ya había estrenado Alzira (1845) y Luisa Miller (1849), comenzó sus tratativas para encargarle un nuevo título para la temporada de carnaval de 1857/8. La primera opción barajada entre el músico y el empresario teatral Vincenzo Torelli fue la de componer la versión operística de El Rey Lear de Shakespeare, aunque con la condición de encontrar un elenco que convenciera al compositor. Más allá de trabajar la estructura dramática de la ópera con el libretista Somma, esto nunca ocurrió y ese deseo casi obsesivo por componer sobre la obra del Bardo de Avon (y en especial sobre El Rey Lear) se convertiría en una frustración en su carrera, sólo remediada con sus dos últimas óperas, Otello (1887) y Falstaff (1893).
Con los tiempos apremiantes para cumplir el contrato, Verdi pensó en otras obras de teatro e incluso ofrecer reposiciones de otras obras suyas, pero la dirección del teatro napolitano quería una nueva. Finalmente, se decidió por Gustave III, ou Le bal masqué, un libreto de Eugène Scribe |