Leonie Rysanek (Clitemnestra) y Hildegard Behrens (Electra) en la entrada de Clitemnestra de Elektra, produccion de Roberto Oswald, Teatro Colón, 1996 / Fotografía de Miguel Micciche
"Nos penetra de tal manera que las más secretas profundidades interiores se agitan en nosotros y lo verdaderamente demoníaco, lo natural que mora en nuestro interior, suena en oscuras y embriagadoras vibraciones" Hugo von Hofmannsthal
Elektra de Richard Strauss provoca angustia, opresión, aturdimiento, fascinación, como esas obras malditas que causan atracción y rechazo, que nos arrastran casi masoquistamente hacia la profundidad de su belleza diabólica. Su música nunca resultará indiferente ya que toda la obra se construye como una experiencia sensorial extrema que bordea los límites de lo soportable: el espectador se sentirá interpelado porque lo que allí se manifiesta lo involucra y lo atrapa.
En 1903 Richard Strauss asiste a una representación en Berlín de la pieza Elektra de Hugo von Hofmannsthal, basada en la tragedia homónima de Sófocles. La atracción que siente por la obra lo lleva a pedirle a su autor que acepte convertirla en una ópera. De esta manera, comienza una fecunda relación que producirá, luego de Elektra, El caballero de la rosa, Ariadna en Naxos, La mujer sin sombra, Elena egipcíaca, Arabella y el ballet La leyenda de José.
El joven Hofmannsthal que se acerca a la obra de Sófocles es producto de su tiempo1, preocupado por la naturaleza del individuo en una sociedad en desintegración. La figura del hombre racional de la cultura liberal, de cuyo dominio científico de la naturaleza y el autocontrol moral se espera la creación de una buena sociedad, se desplaza hacia la figura del hombre psicológico, criatura de sentimientos y pasiones, más rica, pero más versátil y peligrosa. Hofmannsthal se sumerge en la exploración de las relaciones entre política y psique, y en la crisis de la cultura liberal manifestando la conciencia de la brutalidad de la existencia social, con angustia e impotencia.
Christine Goerke (Electra) y Adrianne Pieczonka (Crisotemis) en una escena de Elektra, producción de Charles Edwards, Royal Opera House, 2013 / Fotografía de Clive Barda
Su hastío del mundo se explica a partir de la emergencia de las ideas de la Viena fin de siècle y su educación: la familia Hofmannsthal era la encarnación viviente de la tradición estético-aristocrática de la burguesía. El padre de Hugo, auténtico aristócrata de espíritu, estaba interesado en que el niño cultivara sus facultades para el goce óptimo de un ocio refinado. Criado en este invernáculo para el talento estético, no es de extrañar que el adolescente Hofmannsthal se convirtiera en un joven Narciso, precozmente maduro y triste, cansado del mundo.
El repliegue hacia la interioridad, enfrentada al artificio del mundo, lo conduce a buscar el sentido de la vida en las pasiones, exploración que se ve con claridad en obras como Venecia conservada y Elektra. El mundo irracional, siempre peligroso, rara vez se presenta en términos contemporáneos, sino desplazado a tiempos míticos o históricos. La indagación sobre el impulso, |