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Ligia Piro : El canto, un continuo horizonte
En clave amena, la artista reflexionó sobre algunas de las aristas que intervienen al encarar su actividad profesional. Los afectos, sus referentes musicales y el valor de la formación fueron los temas que invitaron a la cantante a participar de un diálogo concertado | Por Javier Villa
 

Ligia Piro / Fotografía de Christian Inglize

Conversar con un artista ofrece la posibilidad de descubrir aspectos no tan conocidos de su trayectoria, indagar en determinadas facetas de su personalidad, o bien comprender algunos de los preceptos que guían sus criterios interpretativos. Asimismo, el intercambio amplía la percepción sobre el hecho artístico porque no solo implica observar las particularidades de la disciplina, sino también considerar cómo se construye el vínculo con los otros a través del arte.

En esta ocasión, quien toma la palabra es Ligia Piro. Con una carrera consolidada sobre la base de una sólida formación artística, Ligia ha recorrido un largo camino, por el que transitó con un interesante repertorio de diversos autores y estilos musicales. La calidez de su voz y su palpable sensibilidad son algunas de las cualidades que la llevaron a encontrar su propio lugar en la música popular argentina.

1. Los afectos y la música

¿Qué determina que una persona tenga afinidad con un lenguaje expresivo? Es posible que esa pregunta no tenga una única respuesta, porque el acercamiento al arte no depende de una sola causa: todo recorrido es singular. Lo que sí parece ser un denominador común, entre quienes se dedican a una práctica artística, es el contacto con algún tipo de estímulo durante la infancia. El comienzo de la conversación con Ligia Piro parte de esos primeros momentos, que cobran un cariz particular a través de la significación de la entrevistada. Los tonos de la voz acompañan el relato, en el que Ligia destaca quiénes son aquellas personas que guiaron el rumbo del encuentro con el arte.

¿Cómo era tu relación con la música en la infancia? ¿Cuánto tuvieron que ver tus papás en ese vínculo?
La música me llegó por mi familia, pero además por el encuentro íntimo y personal que tuve con la discografía que había en casa. Mis padres [Susana Rinaldi y Osvaldo Piro] ensayaban mucho, y además solían venir sus amigos artistas a mostrarles canciones y obras nuevas. Algunos estaban más relacionados con el tango, pero había otros que hacían folclore o música latinoamericana; los escuchaba a todos, recibía esa información. Cuando era chica, mis papás tenían un café concert en Mar del Plata que se llamaba Magoya, quedaba en la calle Entre Ríos. Generalmente, nos íbamos en octubre o noviembre porque la temporada empezaba muy fuerte. Era una época en la que el café concert tenía un auge total, y la gente, después de cenar, iba a tomar una copa. Pasábamos todo el verano y luego de Semana Santa nos volvíamos a Buenos Aires. Ya de más grande, cuando Magoya no existía más, el momento principal de conexión con la música se daba a través de las grabaciones. Mi abuela me había regalado un "Winco", yo elegía todos los discos que me gustaban y me los llevaba al cuarto para escucharlos. Después, me armaba un show con un repertorio y, como todas las niñas que empiezan a disfrazarse frente al espejo, cantaba, bailaba y creaba mi mundo. Esa fue mi conexión principal con la música.

Los afectos emergen entre los recuerdos que recupera Ligia. Del mismo modo, la artista elabora una relación entre los primeros contactos con la música y su posterior influencia en el vínculo con ese lenguaje expresivo: "Mi mamá trabajó embarazada hasta último momento y yo hice lo mismo con mis hijos. Me da la sensación de que, cuando la música está tan presente en la vida de uno, los bebés lo sienten. Mis tres hijos son así: tienen oído, cantan y afinan. Muestran un gusto particular por la música", destaca con orgullo.

¿Qué artistas te marcaron en la niñez?
Desde muy pequeña, escuchaba mucho jazz y a cantantes como Billie Holiday o Ella Fitzgerald. También, me gustaba la música brasilera porque, a mis cinco o seis años de edad, ya tenía mucha afinidad con la bossa nova. Todo ese material estaba en mi casa. Mi madre era amiga de Elis Regina, y además trabajaban con el mismo manager. Una podía estar presente en el show de la otra con total naturalidad, lo mismo con Chabuca Granda. Mamá trabajó junto a Chabuca en un espectáculo muy famoso de los años 70: Tres mujeres para el show. Después, ese espectáculo lo conformaron Marikena Monti, Amelita Baltar y mamá; sé que Nacha Guevara también formó parte en otro momento. Mi madre la quiere mucho, porque ella la reemplazó cuando se enfermó y tuvo un período largo en el que no pudo actuar. Nacha tuvo ese gesto muy generoso que mi madre siempre recuerda.

La evocación de los referentes musicales nos conduce de a poco a los inicios de la formación artística. Es difícil precisar en qué momento se inició, ya que, dado el contexto familiar, es posible que haya sucedido antes de que Ligia se diera cuenta. Quizá, el contacto temprano con las expresiones artísticas haya determinado los pasos que vinieron tiempo después: la etapa formal tanto en la música como en la actuación.

¿En qué momento empezaste los estudios musicales?
Cuando terminé el colegio secundario, comencé a estudiar canto en el Conservatorio Nacional de Música "Carlos López Buchardo" [hoy Departamento de Artes Musicales y Sonoras de la UNA], pero ya había empezado a estudiar teatro en la escuela de Agustín Alezzo. Mi primer contacto con el mundo laboral fue gracias al teatro. Estuve mucho tiempo haciendo teatro under, comercial, y también fui probando en la televisión y en el cine. ¡Me divertía! Mientras tanto, me formaba musicalmente. En los primeros años del conservatorio, tuve muchas dificultades: siempre me iba o estaba por irme. Sabía que no quería dedicarme al repertorio académico (como solista o en la música de cámara), pero sí quería formarme con la técnica del canto lírico. Mis padres me habían inculcado eso, ya que ambos habían tenido ese tipo de formación.

2. El encuentro con una maestra trascendente

Es imposible no abordar una reflexión sobre las etapas formativas sin darle un lugar de relevancia a los maestros formadores. Sin dudas, en ellos se funde el conocimiento específico, junto con el saber pedagógico. Quienes se destacan en esa área de la educación artística no poseen un único estilo en su forma de ser docentes, aunque es posible que los nuclee una misma premisa fundante: desarrollar artísticamente a sus alumnos. Ligia Piro recuerda a su querida maestra de canto: la soprano África de Retes, quien además fuera una de las más notorias artistas de la escena lírica local.

¿Cómo la conociste?
A los dieciocho años di el ingreso en el conservatorio. Aprobé todas las materias, menos canto, así que tuve que prepararla de vuelta [ríe]. Cuando volví a rendir, en la mesa examinadora estaba África. Después de aprobar, me anoté en su cátedra. Sabía de ella porque había sido compañera de mi mamá en el conservatorio. África se recibió y se dedicó profesionalmente al canto. En cambio, mi mamá, cuando cursaba sus estudios de canto, entró al Conservatorio Nacional de Arte Escénico [hoy Departamento de Artes Dramáticas de la UNA], luego empezó a trabajar como actriz, y dejó el canto relegado durante unos años. Mi mamá la quería mucho a África, siempre hablaba de ella como una persona encantadora.

Ligia Piro en un concierto en el Centro Cultural Kirchner

¿Qué recuerdos tenés de África de Retes como profesora?
En la primera clase me dijo: "Ven, guapa, que quiero hablar contigo. ¿Tú eres la hija de Susana?". Le respondí que sí y también que sabía que había sido compañera de mi mamá; enseguida dijo: "Vamos a trabajar". Unos meses más tarde le pregunté si podía aprender de forma particular. Tiempo después dejé el conservatorio porque había empezado a trabajar como actriz, y se me complicaba cursar en el conservatorio a la mañana. Si bien quería mantener la educación vocal con África, me di cuenta de que mi lugar como intérprete estaba en la música popular. Cuando empecé a cantar como solista, ella me preguntó: "¿Qué vas a cantar?"; le dije que quería cantar jazz, pero no sabía si a ella le gustaba. Ella me respondió que le encantaba [ríe].

Con respecto al uso de la voz cantada, ¿cuáles fueron los aprendizajes más significativos que se dieron durante esa etapa?
Uno de los temas con los que un estudiante de canto se encuentra, inevitablemente, es el famoso pasaje, que es la zona de transición entre los registros. Al principio me costaba muchísimo hacerlo bien porque mi voz de pecho y mi voz de cabeza sonaban muy diferentes, era como si cantaran dos personas distintas. ¡Lo tenía muy marcado! Con África lo trabajamos especialmente en las arias de [Alessandro] Parisotti. Cuando te estás formando, y tenés que superar una dificultad, un día hacés ese clic en la cabeza y entendés que es similar, por ejemplo, a aprender a manejar. Después lo hacés y no te das cuenta de qué movimientos estás haciendo, se automatiza. Cantando pasa lo mismo: estás compenetrada con la canción y con la historia que cuenta. No estás pensando en la técnica, sale solo.

En otras entrevistas destacaste a África, pero no solo por su faceta pedagógica. ¿Por qué fue tan importante?
África me hizo mucho bien, porque era una maestra con la que se podían compartir otras cosas. Como cantante, uno trabaja con el cuerpo y usa músculos que no se ven, como las cuerdas vocales, pero las afecciones sentimentales, depresiones o tristezas influyen tremendamente en la parte anímica y en la corporal. África siempre estaba involucrada en lo que les pasaba a sus alumnos, con ella podías hablar de cuestiones más íntimas. Fue testigo de mi casamiento, de mis partos, conoció a mis hijos de bebés. Cuando me presentaba a cantar en algún lugar, me hacía bien saber que ella estaba en la platea escuchándome; después le pedía a alguien que la fuera a buscar y que la trajera al camarín. ¡Siempre estaba divina con sus sombreros! ¡Una verdadera diva de la ópera! Solía contarnos anécdotas y compartir sus experiencias artísticas. Era una persona maravillosa. Para mí fue más que una maestra de canto, fue una maestra de vida.

Recordar una experiencia pedagógica es ir al encuentro con aquellas huellas que produjeron aprendizajes significativos. Además, la referencia permite observar que el afecto es parte inescindible de este tipo de procesos. Sin duda, las palabras de Ligia sobre África de Retes plasman esas impresiones. 

Hablemos de la formación del cantante: ¿cuál es la importancia que tiene el trayecto inicial?
Me parece esencial porque hay que barrer todos los vicios que uno trae. Y no solo pasa en el canto, sino también en cualquier formación artística. Por ejemplo, una persona que tiene un vibrato muy exagerado. A mí me gusta cuando el cantante emite una nota y a lo último aparece el vibrato; no te digo que sea imperceptible, pero sí natural. El sonido tiene que salir natural y limpio, sin forzar. Creo que la parte principal del aprendizaje en esa etapa es corregir los vicios y empezar a conectarse con la voz propia. Admiro profundamente a los maestros de canto que trabajan así. Hay que tratar de encontrar la voz y la emisión natural del sonido, y eso es muy difícil.

Sí, además no todo el mundo está dispuesto a hacer ese trabajo, porque no es solo una cuestión del maestro, ¿no?
Exactamente, también es del alumno. Se tiene que dar el encuentro entre ambos.

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Publicado el 28/12/2021
     
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