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Facundo Ramírez : El recorrido de una identidad artística
El músico, actor y director abordó las temáticas que más lo convocan a pensar en el hecho artístico. Un encuentro producido mediante un dispositivo tecnológico fue el escenario para que esta charla a la distancia se vuelva, por momentos, más cercana. Por Javier Villa
 

La pandemia del COVID-19 trajo cambios en todos los órdenes de la vida. Sin lugar a dudas, la comunicación ha sido uno de ellos. Durante estos tiempos difíciles, los dispositivos tecnológicos proporcionaron diferentes formas para sostener el contacto. En cierto sentido, los encuentros por videollamada y las transmisiones en directo nos permitieron mantenernos juntos. De este modo (y como hace tiempo no sucedía) se puso de manifiesto la importancia de estar cerca.

Una cita coordinada con antelación. Finalmente, llega el día; los preparativos están listos. Entramos al programa y esperamos unos instantes, aparece el protagonista: Facundo Ramírez. El tono ameno y cordial de sus primeras palabras allana el camino para el primer momento de la conversación. Con una amplia experiencia que lo llevó a recorrer escenarios del ámbito de la música y también del teatro, Facundo comienza a exponer el sentido crítico y reflexivo con que concibe su vocación.

1. El talento y las prácticas artísticas

¿En qué aspectos la pandemia afectó tu actividad creativa?
En términos estrictamente artísticos, lo que se modificó fue la limitación para dar conciertos. El resto sigue más o menos igual: continúo estudiando, adaptando teatro, traduciendo, componiendo de noche o de tarde, pero nunca por la mañana. Mi trabajo tiene una parte muy solitaria que realizo aquí en casa. En eso no hubo mucha diferencia.

¿Cómo repercutió la limitación de las actuaciones presenciales?
Cuando empezó la cuarentena, el año pasado, hice varios encuentros virtuales, cada diez días aproximadamente, en los que prendía la cámara del celular y me ponía a estudiar. En lugar de estar solo, estaba con la gente. Fue una experiencia muy hermosa porque a mí me permitió estar en contacto con el público, y a ellos ver cómo trabajo. Entonces, les contaba sobre el repertorio que estaba trabajando, qué tipo de arreglos estaba haciendo, para qué era cada tema, si era para un material discográfico o para conciertos. ¡Fue muy interesante!

La construcción social acerca de cómo se desarrollan las habilidades artísticas revela la complejidad de ese tipo de prácticas. Aun cuando es innegable que algunas personas demuestran una notoria facilidad a temprana edad, también es sabido (sobre todo, luego de los aportes de la investigación) que existen distintos tipos de capacidades y que la enseñanza es fundamental para potenciarlas. Aquí, Facundo Ramírez analiza cuáles son las características que intervienen en esos procesos y qué nivel de incidencia tienen en la interpretación.

En general, existe un halo de idealización sobre los artistas que no contempla cuestiones que tienen que ver con el trabajo real. Se le asigna un lugar demasiado relevante al talento, y no se tienen en cuenta los procesos.
Solo con el don, no vas a ningún lado. El resto es disciplina, estar permanentemente en contacto con todo aquello que te permita desarrollar los recursos expresivos. Porque se trata de eso, de ampliarlos cada vez más. Siempre me interesó mostrar cómo se trabaja, pero lo hice poco, tanto en la música como en el teatro. El proceso creativo de quienes deciden abrazar las diferentes vocaciones artísticas necesita de ese tipo de experiencias, porque se aprende mucho, es muy estimulante. En el teatro estamos más en contacto con ese aspecto porque se ve cuando los otros trabajan. En cambio, en la música, solamente sucede en los ensayos de los conciertos o generales, ya que ahí se permite que la gente acceda. ¡Hay músicos a los que a mí me encantaría ver trabajar! Hace muchos años, en Francia, tuve la posibilidad de verlo estudiar a Nelson Freire. Durante mis años de estudiante en París, éramos medio amigotes. En una oportunidad, me invitaron a un festival para hacer una colaboración para la revista musical Le Monde de la musique. Cuando llegamos, almorzamos con Nelson y dijo: "Me voy a estudiar", y yo le pregunté si podía ver cómo trabajaba las obras. Me respondió: "¡Claro!". ¡Fue alucinante!

Participar de ese tipo de experiencias resignifica el sentido de todo proceso creativo, ¿no?
Es mucho más interesante el proceso que el resultado. Philippe Arlaud, un director franco-austríaco con el que trabajé en la ópera María de Buenos Aires, dijo: "Lo que más me interesa es el viaje que emprendamos. Por supuesto, ojalá alcancemos un nivel de excelencia, pero a partir del estreno intervienen otros factores". Creo que lo más importante es ese proceso creativo.

De alguna manera, es similar a lo que sucede en los procesos formativos. Un examen no siempre refleja la síntesis de un recorrido. Por eso, es más difícil evaluar un proceso, porque es mucho más complejo.
Alguna vez escuché una definición sobre pintar que me pareció formidable: "El pintor no pone, sino que saca". Es como si el resultado dependiera de la forma en la que se van sacando las distintas capas hasta que queda lo definitivo. Y esto para un estudiante es muy importante, además de estar en contacto con la extrema fragilidad. ¡Es mentira que uno llega a un lugar y ya tiene todo resuelto! Cuanta más experiencia y años en esta vocación, más interrogantes e incertidumbres se tienen, porque uno cada vez va por más.

Como si se acrecentara la idea de responsabilidad o de estar a la altura de uno mismo.
Primero que nada, la exigencia siempre es con uno mismo. En realidad, creo que lo que uno hace es inevitable, es como un destino del que no se puede escapar. Ni siquiera estoy tan convencido de que uno lo elija, a mí me parece que uno es elegido para eso.

2. Maestros significativos

Recuperar la memoria formativa nos conduce a un pasado que se vincula con el presente. Maestros de ayer, tiempos de dedicación y experiencias de vida le abren paso a la reflexión. La historia se alumbra cuando se rescatan las vivencias significativas. Este ejercicio retrospectivo pone de relieve el sentido de los aprendizajes y el grado de su vigencia.

¿Qué recordás de tu época como alumno de Ana Gelber?
Anita me formó pianísticamente para siempre. A los veinticinco años dejé de tocar música clásica y a los cincuenta volví. Ella formaba a sus alumnos, en términos pianísticos, de una manera indestructible. Esos ocho años, aproximadamente entre mis siete y mis quince años, fueron definitivos para mí. A veces me sorprendo porque mis posibilidades técnicas siguen intactas.

¿Qué aspectos desarrollaste con ella?
Sin lugar a dudas, la base técnica, todo lo vinculado con la articulación, las octavas, la ligereza... la escuela de Scaramuzza a la que ella se refería continuamente. Por una cuestión de madurez, el trabajo musical más profundo lo empecé posteriormente junto con Antonio De Raco. Desarrollé el pulido de los planos sonoros y amplié el repertorio, porque estudié a otros compositores, como Ravel, Schönberg, Alban Berg, Prokófiev y Bartók. Cuando estudiaba con Ana, trabajábamos más el repertorio clásico y el romántico. Fueron dos instancias marcadamente diferentes. En el medio, como una unión de estos dos aspectos de la música, estudié con mi gran maestro de armonía y composición: Guillermo Graetzer. Con él abordé una visión total de la música a través del aprendizaje del arte de la fuga, de las técnicas de orquestación y composición contemporánea, del canto gregoriano, del análisis de las obras, de los corales de Bach. Esa experiencia duró incluso hasta mi regreso de Europa, cuando tenía veinticinco años, porque seguí tomando clases con él hasta que murió. Lo consultaba siempre. Al llegar a Europa, me di cuenta de que la base musical que tenía era muy sólida. Sin duda, se lo debo a los maestros que tuve aquí en Argentina.

El perfil artístico de Facundo Ramírez permite indagar sobre la actividad musical como también la actoral, otra de sus facetas más importantes. La relevancia de los modelos formativos vuelve a aparecer en su relato; esta vez, de la mano del recuerdo de otro de sus maestros: Miguel Guerberof. "Fue un visionario en el lenguaje teatral y en la manera de enseñar. Siempre estaba un paso adelante. Con él hice un recorrido muy interesante porque primero fui su alumno, de a poco empecé a componer música para sus obras y, finalmente, me empezó a dirigir como actor. Fue muy interesante el proceso de pasar de una instancia de aprendizaje a compartir el escenario", destaca Facundo.

A raíz de lo que estás contando, ¿cuáles creés que son los aportes que te brindaron las distintas disciplinas por las que transitaste?
Creo que fui mejor músico gracias al teatro y mejor actor gracias a la música. Hay aspectos del lenguaje musical que terminé de comprender por la actuación y aspectos del teatro que pude abrir por mi conocimiento musical. Hace un par de años, vino a verme Patricio Contreras a la última obra en la que actué, Amarillo de Carlos Somigliana, la cual también dirigí. Cuando terminó la función, me dio un abrazo y me dijo: "¡Cómo se nota cuando actúas que eres músico! Cómo abordas la palabra, cómo aceleras o retienes, cómo haces las pausas. Está todo lo que conoces del lenguaje musical". Ambas disciplinas se enriquecen y, afortunadamente, estuve muy atento a esas posibilidades. No aparecieron solo por inspiración. Intenté poner toda mi concentración para ver de qué manera podía nutrir una disciplina con la otra.

La reflexión acerca de los aportes de cada actividad nos introduce en las particularidades de todo recorrido en la interpretación. La expresividad es una instancia que adopta distintas configuraciones, ya que no hay solo una forma de acercarse a ella. Podría decirse también que es plural y diversa, siempre y cuando se la conciba desde un lugar de libertad. Así pues, Facundo Ramírez aporta un registro sensible con relación a los artistas que lo conmueven.

¿Cuáles son los rasgos que encontrás en los artistas que te sensibilizan, independientemente de la disciplina en la que se desenvuelvan?
Me interesan aquellos artistas que verdaderamente asumen riesgos, con las consecuencias que eso trae. Te das cuenta de inmediato de que son hombres y mujeres que encontraron su propia voz, su propia manera de decir las cosas, y que va más allá de una primera apariencia de sensibilidad que uno puede encontrar en general. La propia voz es otra cosa: describe el mundo personal y reinventa lo ya existente. No se queda en formalidades, en un lugar confortable. Entonces, ahí aparece algo que es indescriptible y no necesariamente significa que esos artistas sean perfectos técnicamente. Uno escucha, por ejemplo, la guitarra de Atahualpa Yupanqui, y ese sonido abre un mundo, inventa un mundo. Lo escucho a Cafrune y se me caen las lágrimas. Los artistas que admiro, en general, tienen ese punto en común: Martha Argerich, la Negra Sosa, la Callas, Jean François Casanovas... Ese estilo de artistas me resulta imprescindible.

En cierta medida, me parece que tiene que ver con un movimiento subjetivo de afirmación, más allá de la técnica o del talento.
Sí, son personas que se plantan. Levantan la mano, no para pedir permiso, sino para decir "acá estoy". Esos son los más interesantes. Particularmente, a mí también me interesa mucho salir de la zona de comodidad, esa cosa del arte burgués, el arte plácido que agrada. Eso no me interesa para nada. Las formas del arte no son para agradar, sino para sacudir, para provocar, para conmover lo más profundo y para que uno pueda pensar y repensarse a partir de la experiencia de ese contacto directo con el artista. Es por ahí...

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Publicado el 09/10/2021
     
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